"Los hombres no tienen ningún secreto. Hay que creer que tienen uno, pero, en el fondo, una vida no oculta nada. A fin de cuentas todo se ve, es decepcionante. Todo el problema consiste en creerse que queda un misterio."

jueves, 19 de septiembre de 2013

El puto cáncer en carne propia


Ruth Picardie la va a palmar. Este libro muestra cómo afrontó un cáncer con metástasis (incurable, terminal) a través de escogidos emails que manda y recibe en el transcurso de su enfermedad, y unos artículos que escribió para Observer. En orden cronológico. Son emails personales y artículos directos: hablamos de una obra sin artificios. El único que hay es el humor; un humor ácido y a veces cruel; la única opción para sobrellevar la terrible enfermedad y la muerte acuciante que acecha a la vuelta de la esquina. Muestra que a pesar de la enfermedad y la inminente muerte, sigue pensando en las mismas cosas que podrían considerarse superficiales pero que llenan una vida: sexo, aspecto físico, complementos y vestimenta, etc. Ocio y socialización. Ironiza con y sobre todo. A su vez resulta duro. Emociona. Transmite. Es cercana. Un libro que ayuda a comprender mejor la vida contemporánea... y el golpe que supone la muerte; añado: vivir sabiendo que te queda poco de vida y que a partir de ahora vas ir a peor y cuesta abajo. Además, cuando se es joven –32 años- y se tienen hijo e hija de apenas año y pico. Hace reír y llorar, no obstante la amargura se mantiene en todo momento -no existe escapatoria posible-.


Extracto de email de su amiga Carrie, 29 de Julio de 1997: “No, No, No, No, No, No, No. Esto no puede estar pasando, Ruthie. No tengo palabras para expresar lo que he sentido al recibir tu e-mail, pero, entre otras emociones, hay mucha rabia, mucho llanto y la sensación de haber sido aplastada. ¿Cómo puede una persona recibir tantas malas noticias? ¿Cómo la medicina moderna, tradicional o alternativa no pueden tener ningún remedio para esta enfermedad? No sabes cuánto odio esta enfermedad. Odio que mueras joven, que te prive de tu futuro con tus hijos y me prive a mí de mi amiga más leal y querida. Odio que te deje inerme: que te manipule como una marioneta, y que tú, la señora-Picardie-siempre-controlada, no puedas controlar nada. Odio que hayas puesto tanto esfuerzo en derrotar esta enfermedad y que consigas nada, nada en absoluto, a cambio. Odio que ni siquiera puedas vivir lo que te queda con buena salud. Ojalá pudiera decir algo positivo acerca de este horror. Pero no puedo. No hay justicia en el mundo y queda claro que tampoco hay Dios.”

(Antes del adiós - Ruth Picardie - Trad: Cristóbal Pera - Galaxia Gutenberg)

sábado, 7 de septiembre de 2013

El culo


Estaba sentado en un parque, viendo a las chicas pasar, qué piernas pensé cuando pasó la maciza rubia, que ya debería rondar los cuarenta y pico, pero que buena que estaba, pasó por delante de mi cara, se contoneó provocándome una erección difícil de disimular, porque iba en chándal, pero principalmente porque tengo un pene gordo y grande, el caso es que el pantalón le quedaba ceñidísimo en ese culo maduro pero en excelente forma, se notaba que iba al gimnasio, su culamen era soberbio, respingón, hipnotizante. No pude sacármelo de la cabeza, ese culo maduro tan bien formado no paraba de revolotear por mi cabeza, mientras yo estaba con una erección de la ostia, con ganas de pegar un polvo salvaje precisamente al culo que había pasado hace unos momentos por delante de mis narices, que había fotografiado con los ojos y no podía borrar de mi cabeza, ese maravilloso culo de mujer madura, de cuarenta y pico, probablemente más cercana a la cincuentena, sin duda tenía un pandero difícil de olvidar: tan bien formado, tan seductor, tan atractivo,... en ese momento habría dado mi vida por tener ese culo frente a mi polla y clavársela hasta el fondo, disfrutar como un chaval con zapatillas nuevas de esas caras que llevan los pijos que están tan en boga, hacérla llegar al orgsamo, bombear hasta la extenuación, hasta quedarme seco, sin una gota de semen; ese imán que tiene como trasero seguro que está cotizado, porque yo, que tengo unos cuantos años menos que la señora portadora del trasero, estaba conmocionado, no, más bien turbado, ante el impacto de aquel prodigioso cacas, cuyo agujero me imaginaba taladrando con mi mastín largo y regordete, mientras no podía disimular la tremenda erección, yo ahí sentado en un banco de un parque público y la gente mirándome la entrepierna, yo ahí supercachondo sufriendo un orgasmo mental mientras los demás pasaban por delante a paso veloz con una mezcla de horror y fascinación ante la emoción que estaba experimentando, y es que no podía parar de pensar en aquel culo, EL CULO, que había pasado ante mis ojos como si nada empero ahora ya no podría borrar de mi mente, me imaginaba follando el agujerito de las admirables nalgotas que se habían incrustado en mi memoria y el éxtasis volvía a mí, se notaba ya que vestía chándal y mi miembro de tamaño considerable estaba lo más alzado que nunca ha estado, deseando agarrar el culo de una cuarentona camino de los cincuenta, cuyo trasero era ineludiblemente atractivo, me daba lo mismo ser bastante más joven que aquella señora con el mejor culo jamás visto por mi persona; al lado de ese culo, todas las barbies se podían ir a la mierda, sí, me quedaba de calle con el culo cuarentón, extraordinariamente atractivo, que se contoneaba sabiendo que era el culo más hermoso y al mismo tiempo más turbador existente en el mundo, sabiendo que a su paso provocaba millares de erecciones de las más variopintas personalidades, y yo mientras, en el banco del parque, sentado, que no lograba sacarme de la cabeza la imagen del pandero alejándose de mí tras haberme provocado la erección más brutal que he experimentado en vida, yo ahí, todo cachondo, deseando acariciar primero para después agarrar con brusquedad ese pandero, venerarlo como si del mismísimo Dios, en caso de existir, se tratara, y por supuesto bombearlo hasta la extenuación, porque ese culo era capaz de soportar las más intensas acometidas del más grande de los pollones, ése Dios ya habría recorrido lo suyo y se habría enfrentado a las más diversas vergas, y en cambio no a la mía, yo que nunca he deseado más meterla en un agujero que en ése, meterla en el apabullante culo de la casi cincuentona cuyas caderas no tenían nada que envidiar a las de una veinteañera, con ese culo bien apretado al pantalón, musculoso, macizo, voluminoso en su justa medida y con forma de manzana, que me cautivó y me hipnotizó y me hizo llegar al éxtasis supremo sin ni siquiera tocarme, yo ahí en medio del parque viviendo un orgasmo mental, con toda la sangre en la base del pene sobresaliendo de los calzoncillos y formando una tienda de campaña en el pantalón del chándal, lo que habría dado en ese momento por acometer la sacudida más fiera, con mi gran pene y sus portentosas caderas, introduciéndolo por el orificio anal que más he deseado en mi vida, y en cambio estaba sentado en el banco del parque con la cabeza en otra parte, mientras la gente que pasaba me miraba con horrorizada curiosidad, y yo que no podía evitar pensar en el maravilloso culo que se había posado ante mis ojos, y me entraban ganas de percutirlo ininterrumpidamente día y noche, pero el pandero se esfumó y solo quedaron las imágenes de mi cabeza, imágenes que por una parte hubiese deseado borrar para dejar de sentir la voluptuosidad que acompañaba de movimientos bruscos involuntarios, no podía escapar de aquel trance aunque me invadiera una sensación inconsciente de vergüenza, pero el éxtasis sin duda nublaba mi consciencia, y yo que no paraba de ver en mi cabeza ese culo contoneándose frente a mí, y me imaginaba agujereandolo con mi pollón, y en cambio estaba en el banco del parque, ahora tumbado, moviéndo mis extremidades descoordinadamente, gozando sólo de imaginarme en situación; y la gente me miraba y me señalaba entre extrañada y perturbada, mientras yo seguía pensando en el culo más potente y turbador que había visto en mi vida, y que se había alejado de mí como una diosa inalcanzable a la que sólo podría venerar mientras su imagen permaneciera en mi cabeza, las sacudidas de mis extremidades cada vez eran más notorias y extrañas, la voluptuosidad no me dejaba salir del trance, mientras, yo ahí, sintiendo infinitas descargas de placer, y eso que por la mañana me propuse ir al parque para leer el periódico y desentumecer el cuerpo, quién iba a imaginarse que me encontraría el mejor culo del mundo, que además me hechizaría y me convertiría en un pseudoepilético de la voluptuosidad, sí, qué sensaciones era capaz de provocar en mí la mera imagen del culo más perfecto del mundo, el culo que portaba una cuarentona ya camino de los cincuenta, con ese pantalón apretado que dejaba ver la rotundidad y atractivo de éste, ese culazo que me habría encantado llenar de besos y saliva, para después empuñarlo y proceder sobre él con violencia, no podía quitármelo de la cabeza mientras me revolvía en el suelo, había encontrado EL CULO, y mientras permaneciese la nítida imagen de ese culo contoneándose y provocando todos mis sentidos no podría parar de lanzar alaridos e imprecaciones debido a la voluptuosidad, había encontrado el pandero más perturbador del mundo y lo había dejado escapar, pero mientras, su imagen permanecía en mi cabeza y yo rodaba y me estremecía en el suelo, lanzando sacudidas espontáneas e incontroladas, y mi gran pene marcándose a través del pantalón de chándal, yo, que había esperado una mañana apacible y sin complicaciones, me veía inmerso en un éxtasis que no era capaz de controlar, todo porque había visto pasar ante mis ojos el culo más bien formado que puedo imaginar, culo cuya dueña probablemente era una cuarentona camino de los cincuenta, joder qué culo y cómo me hubiera gustado agujerearlo con mi inmensa verga.