Preparo la ropa que voy a ponerme: una camiseta Anthony
Morato que hace que se me marquen los músculos, unos pantalones Levis que
destacan mi duro y perfecto culo, un suéter Hackett cincelado, como hecho a
medida, zapatillas Puma plateadas, calcetines y calzoncillos Tommy oscuros. Los
calzoncillos son mis favoritos, tipo boxer, acomodan mi paquete con firmeza y
suavidad. Entro en la ducha. Me gusta que el agua caliente recorra todo mi
cuerpo, que vigorice mis bíceps, mis abdominales, mis gemelos. Vacío medio bote
de jabón con yogur y miel en la mano y me embalsamo profundamente, gozo del
cálido chorro, me recreo con la presión que ejerce el agua sobre la piel, me
enjuago. Ahora le toca al pelo. Siempre uso lo mejor para el cabello. 30 pavos
por un champú con todas las polladas del mercado y garantía de calidad,
producto exclusivo de gente con clase. Tan importante es ser como parecer.
Tengo decidido que hoy me voy a peinar como Christian Bale en American
Psycho.
Aunque no lo parezca, resulta muy sencillo peinarse de esa forma. Sólo es necesario tener el pelo largo, un peine con el espacio entre dientes adecuado y espuma fijadora para rizos, aunque yo no los tengo y nunca los tendré. Es un pequeño truco que aprendí: la fijación de este tipo de espumas es más duradera y fuerte que cualquier otra (incluidas las extrafuertes).
Aunque no lo parezca, resulta muy sencillo peinarse de esa forma. Sólo es necesario tener el pelo largo, un peine con el espacio entre dientes adecuado y espuma fijadora para rizos, aunque yo no los tengo y nunca los tendré. Es un pequeño truco que aprendí: la fijación de este tipo de espumas es más duradera y fuerte que cualquier otra (incluidas las extrafuertes).
Hoy triunfo. Soy Patrick Bateman.
Me encamino hacia el metro con aires de suficiencia y mirando al frente sin titubear. No tengo más remedio que girar el cuello para observar el culo de una cuarentona que me guiña el ojo a su paso. Buen culo para percutir. Una vez en el metro, la mirada lasciva de probablemente una joven estudiante de universidad me la pone dura como el cemento. Me relamo los labios mientras la miro a los ojos, ella corresponde mordiéndose los labios. El vejestorio que está sentado a su lado se baja en la parada. Es mi oportunidad: me levanto y me siento a su lado. Mi pierna choca con la suya. Lleva una falda cortísima que dejan intuir un sabroso coñito. Me imagino que completamente depilada, aunque disfruto más con un matojo bien cuidado. La siguiente parada es la mía. Tengo que hacer transbordo. Apoyo mi mano en su pierna, me giro y utilizo mi sonrisa de no quiero compromisos, sólo quiero follarte. Me coge la mano y la quita de su pierna, mientras me sonríe. Está hecho. Saco una pluma de mi bolso Gucci, cojo su mano y le anoto mi número en la palma. Añado al final: sólo sexo. Bajo y me dirijo a la parada del siguiente metro. Una oxigenada multioperada me devora con la mirada. Le sonrío con la expresión soy demasiado para ti, nena. Entro en el metro. Decido quedarme de pie. Está bastante lleno. Una mujer de unos treinta y cinco años, de muy buen ver, se coloca justo delante, a menos de un palmo de mi polla tiesa. Con el traqueteo el roce resulta inevitable. Parece como si la muy zorra lo hiciera adrede. Le sobo el culo en contraprestación, haciendo un ademán de dirigirme hacia la salida. Me sigue fuera del metro. Me paro. Disimulo haciendo como que me ato los cordones de la zapatilla. La tía cañón me sobrepasa, no sin antes echar una ojeada hacia mí que lo dice todo. Tiene ganas de polla. Puede que lo consiga. La sigo a unos diez metros de distancia, ella disimuladamente echa la vista atrás de vez en cuando. Entra en un bar. Se pide un café. Me coloco a su lado en la barra y me pido otro. Va al servicio. Me hace una señal casi imperceptible. Me espera. Nos metemos los dos y echamos el pestillo. Me empuja contra la pared, me quita el suéter y la camiseta, hace lo propio con la suya. Me lame por el pecho. Es una auténtica loba. Decido mostrarle quien manda: la cojo de la cintura y la pongo boca la pared. Le subo la falda y al ir a bajarle las bragas descubro que no lleva. Introduzco mi dedo índice en su vagina: está chorreando. Rebosa de alegría. Me bajo el pantalón y la empalo con vigor. Una vez llevamos un tiempo dándole al asunto se zafa y se pone a chupármela hasta que me corro. Llego tarde al trabajo. Gracias por la terapia, nena.
En el trabajo decido que hoy no hago nada. Hasta los huevos de una sociedad que chupa la sangre a los individuos con la falacia del esfuerzo y el trabajo duro. No soy uno de esos que vive para trabajar. En realidad voy al trabajo para no aburrirme. Navego por internet, me meto en algunos chats, hablo con colegas, escucho música, leo, juego. Disimulo. Para algo soy un tipo con clase.
Me encamino hacia el metro con aires de suficiencia y mirando al frente sin titubear. No tengo más remedio que girar el cuello para observar el culo de una cuarentona que me guiña el ojo a su paso. Buen culo para percutir. Una vez en el metro, la mirada lasciva de probablemente una joven estudiante de universidad me la pone dura como el cemento. Me relamo los labios mientras la miro a los ojos, ella corresponde mordiéndose los labios. El vejestorio que está sentado a su lado se baja en la parada. Es mi oportunidad: me levanto y me siento a su lado. Mi pierna choca con la suya. Lleva una falda cortísima que dejan intuir un sabroso coñito. Me imagino que completamente depilada, aunque disfruto más con un matojo bien cuidado. La siguiente parada es la mía. Tengo que hacer transbordo. Apoyo mi mano en su pierna, me giro y utilizo mi sonrisa de no quiero compromisos, sólo quiero follarte. Me coge la mano y la quita de su pierna, mientras me sonríe. Está hecho. Saco una pluma de mi bolso Gucci, cojo su mano y le anoto mi número en la palma. Añado al final: sólo sexo. Bajo y me dirijo a la parada del siguiente metro. Una oxigenada multioperada me devora con la mirada. Le sonrío con la expresión soy demasiado para ti, nena. Entro en el metro. Decido quedarme de pie. Está bastante lleno. Una mujer de unos treinta y cinco años, de muy buen ver, se coloca justo delante, a menos de un palmo de mi polla tiesa. Con el traqueteo el roce resulta inevitable. Parece como si la muy zorra lo hiciera adrede. Le sobo el culo en contraprestación, haciendo un ademán de dirigirme hacia la salida. Me sigue fuera del metro. Me paro. Disimulo haciendo como que me ato los cordones de la zapatilla. La tía cañón me sobrepasa, no sin antes echar una ojeada hacia mí que lo dice todo. Tiene ganas de polla. Puede que lo consiga. La sigo a unos diez metros de distancia, ella disimuladamente echa la vista atrás de vez en cuando. Entra en un bar. Se pide un café. Me coloco a su lado en la barra y me pido otro. Va al servicio. Me hace una señal casi imperceptible. Me espera. Nos metemos los dos y echamos el pestillo. Me empuja contra la pared, me quita el suéter y la camiseta, hace lo propio con la suya. Me lame por el pecho. Es una auténtica loba. Decido mostrarle quien manda: la cojo de la cintura y la pongo boca la pared. Le subo la falda y al ir a bajarle las bragas descubro que no lleva. Introduzco mi dedo índice en su vagina: está chorreando. Rebosa de alegría. Me bajo el pantalón y la empalo con vigor. Una vez llevamos un tiempo dándole al asunto se zafa y se pone a chupármela hasta que me corro. Llego tarde al trabajo. Gracias por la terapia, nena.
En el trabajo decido que hoy no hago nada. Hasta los huevos de una sociedad que chupa la sangre a los individuos con la falacia del esfuerzo y el trabajo duro. No soy uno de esos que vive para trabajar. En realidad voy al trabajo para no aburrirme. Navego por internet, me meto en algunos chats, hablo con colegas, escucho música, leo, juego. Disimulo. Para algo soy un tipo con clase.
Miro algunos videos porno. Voy al baño. Me hago una paja.
Por la tarde vuelvo a casa y me echo una siesta. Revitalizo. Voy al gimnasio y me machaco: estos músculos no se cuidan solos. Mientras hago pesas y hablo con algunos compañeros pienso en lo coñazo que resulta la gente, siempre contando sus vidas y hablando de sus estúpidos intereses aunque a los demás les importe una mierda. Tengo cosas más importantes que hacer y en que pensar. No me des la chapa. Vuelvo a casa, me pego una relajante ducha, me pongo un poco de serum con ácido hialurónico. Este atractivo no se mantiene por arte de magia.
Por la tarde vuelvo a casa y me echo una siesta. Revitalizo. Voy al gimnasio y me machaco: estos músculos no se cuidan solos. Mientras hago pesas y hablo con algunos compañeros pienso en lo coñazo que resulta la gente, siempre contando sus vidas y hablando de sus estúpidos intereses aunque a los demás les importe una mierda. Tengo cosas más importantes que hacer y en que pensar. No me des la chapa. Vuelvo a casa, me pego una relajante ducha, me pongo un poco de serum con ácido hialurónico. Este atractivo no se mantiene por arte de magia.
Esta noche toca fiesta.
Al otro lado de la barra del pub hay una mujer totalmente
borracha que no deja de mirarme. Cuando sonríe parece una hiena. He observado
que cuando las mujeres se emborrachan salen a la luz los rasgos más primigenios
que tratan de ocultar en la vida a base de maquillaje y disimulo. Resultan
patéticas. Particularmente me repugna y desagrada en exceso la expresión de
hiena que adoptan. La desesperación por echar un polvo que transmiten. Me
entran arcadas. Le muestro el dedo corazón: quizá en otra ocasión, cuando estés
sobria. Vete a follar con un perdedor. Yo soy un triunfador. Me fijo en un
grupo de jóvenes que no paran de reírse. Me acerco y le doy pie a la
conversación. Se hacen las duras. Insisto.
¡Putas!
Vuelvo a casa con algunas copas en el coleto. Enchufo la tele y me tumbo en el sofá. Menuda mierda de programación: ¡para qué tantos canales si no hacen nada que merezca la pena!
Vuelvo a casa con algunas copas en el coleto. Enchufo la tele y me tumbo en el sofá. Menuda mierda de programación: ¡para qué tantos canales si no hacen nada que merezca la pena!